Carlos Henríquez Consalvi: La voz de la insurrección Director del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI)

El Plural 

Salgo de mi lugar de trabajo, ubicado en el municipio de Soyapango, el reloj marca las 2:30 de la tarde, sentimientos extraños se apoderan de mí, la ansiedad y la emoción me invaden y no es para tanto, estoy a un par de horas para encontrarme cara a cara con un libro humano, un libro en el cual sus páginas narran y muestran la otra cara del pasado conflicto armado entre el ejército salvadoreño y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), esa otra cara que muchas veces no se conoce y que muy pocos se atreven a contarla.

Llego veinticinco minutos antes de la hora pactada para la entrevista, eso me permite dar un recorrido en las instalaciones del Museo de la Palabra y la Imagen, observo las fotografías y cada una de ellas convertidas en testigos mudos, me cuentan una anécdota diferente acerca del conflicto que se vivió durante once años en este pequeño país centroamericano y que le robó la vida a muchos salvadoreños, entre ellos niños, ancianos y mujeres.

Por un lado las fotografías me muestran los golpes y heridas que toda guerra ocasiona, por otro me muestran el alto nivel de organización y unidad que se vivía en los campamentos guerrilleros.

Cada fotografía habla por sí misma, hay unas que me remontan a las páginas del libro, ¨Luciérnagas en el Mozote¨, un libro publicado por el MUPI y que cuenta de manera muy detallada la sangrienta historia que los pobladores de ese pequeño caserío del departamento de Morazán sufrieron por parte de miembros del ejército salvadoreño pertenecientes al batallón Atlácatl.

En otro lado de la galería, me encuentro con fotografías que pienso que hubiera sido un error muy grande no colocarlas, si lo que se quiere es conservar la memoria histórica, estas imágenes son las adecuadas para hacerlo. Son las fotografías de un sacerdote, nacido en ciudad Barrios, departamento de San Miguel, que ofrendó la vida por los desprotegidos y que siempre desde el púlpito denunciaba las violaciones y atropellos a los derechos humanos que cometía la milicia salvadoreña y su respaldo incondicional a favor de las grandes mayorías, es decir la clase pobre y obrera de El Salvador.

Al final de uno de los pasillos del MUPI, se lee en la parte superior de una puerta, la siguiente frase: ¨La cueva de las pasiones¨, nombre con el cual se conocía la cabina improvisada de Radio Venceremos, una cabina radial que solamente contaba con un transmisor, un par de micrófonos, máquina de escribir para realizar sus redacciones y notas periodísticas que posteriormente salían al aire en la radio insurgente.

Lo que tenían en abundancia eran los sueños y pasión de todo un colectivo, que día a día arriesgaban su vida para informar. Luego de darle un pequeño vistazo a cada fotografía colocada en la pared y permanecer por unos minutos dentro de la cueva de las pasiones, busco un lugar donde sentarme, ya que siento la necesidad de revisar una vez más las preguntas para la entrevista.

No había terminado de revisar mi cuestionario, cuando mi revisión se ve interrumpida al escuchar en el pasillo contiguo una voz que alcanzo a conocer sin ver el rostro de la persona, una voz que durante once años fue la voz de la insurrección. Una voz que solamente con decir: ¨Desde un lugar de El Salvador, transmite Radio Venceremos¨, hacía temblar a todo un ejército bien armado, patrocinado por los Estados Unidos.

Es un señor de más de 70 años de edad, una estatura aproximada de metro ochenta centímetros, una piel blanca que confirma su nacimiento en las montañas andinas, cabello cano, con un cuerpo delgado que siempre le favoreció para burlar las trampas militares, una mirada cansada pero con un brillo de esperanza en el iris del ojo.

Lo noto inquieto pero no me sorprende, ya que una de sus colaboradoras en el museo, me comentó antes de la entrevista que Santiago es un hombre muy activo y que casi siempre pasa en reuniones. En el MUPI, lo consideran como un padre, no precisamente porque sea de la tercera edad, sino porque siempre ha mostrado su cariño, respeto y apoyo a la gente que trabaja y convive con él.

En resumen me dicen que Santiago es una persona muy humana, sensible y humilde. Este peculiar personaje que durante el conflicto, fue deseado por los altos mandos militares, camina hacia donde yo me encuentro, me mira a los ojos y con una media sonrisa en su rostro pregunta: ¿Usted es el de la entrevista?, a lo cual respondo con cierto nerviosismo: Así es, mi nombre es Rafael Granados, gracias por darme la oportunidad de conversar con usted.

Estrechamos nuestras manos derechas como parte del saludo y me dice: ¨Gracias a ti por interesarte en lo que hacemos¨, y me invita a pasar a la oficina. Entro a su oficina, observo a mi alrededor y pareciera que he entrado en una capsula del tiempo y me he remontado al pasado, específicamente a los años ochenta. Cada detalle de la oficina por muy pequeño que sea o insignificante que parezca, describe muy bien a Santiago y cada una de sus pasiones.

Hay dos pinturas en óleo colocadas en la pared que muestran el amor que Santiago tiene por el arte, sobre su escritorio se encuentra un libro, además en su oficina de aproximadamente cuatro metros cuadrados tiene una pequeña librera, lo que nos confirma su vocación por la lectura.

Tiene un estante con diferentes premios y reconocimientos, unos recibidos aquí en el país y otros que la comunidad internacional le ha entregado por su aporte a la cultura y a la preservación de la memoria histórica de El Salvador. Pero de todos los trofeos, hay dos que sobresalen entre los demás, no precisamente por su tamaño o valor económico, sino porque nos muestran dos pasiones de Santiago.

El primero es un reconocimiento recibido de parte de la dirigencia del FMLN, partido político al cual se alió cuando eran un grupo insurgente y con el cual colaboro desde la trinchera de Radio Venceremos en las montañas de Morazán. El segundo trofeo que roba mi atención es uno en forma de micrófono, entregado recientemente por las autoridades de Radio Nacional de El Salvador, por el aporte que Santiago ha dado a los medios de comunicación, específicamente a la radio.

La radio fue el medio a través del cual, ejerció el periodismo, arriesgando la vida en cada cobertura y nota periodística, convirtiéndose incluso en corresponsal de guerra. Me ofrece asiento amablemente, estoy frente a él y me pregunto: ¿Cómo comenzar mi conversación?, ya que la introducción que había preparado creo que no es la más conveniente.

Quién diría que este día del mes de octubre, yo que no vive la guerra, estaría entrevistando a una persona que convivió con ella once años día y noche, perseguido por la muerte y visitado por las balas y el ruido de las granadas. Santiago, hombre insurgente, valiente y carismático, apasionado por las comunicaciones y luchador en contra de las injusticias sociales.

Carlos Henríquez Consalvi, ¿Quién es Carlos Consalvi?, esa pregunta es precisamente la que me tiene aquí, sentado con cuaderno en mano, un lapicero con tinta azul en mi mano derecha y una grabadora que coloco sobre el escritorio para que Santiago me ayude a responder esa interrogante.

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